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miércoles, 24 de enero de 2007

Estrellas en la pampa.

Orixe, 1950


Oscura está la tierra, no hay luna, el cielo está estrellado.
Dos círculos perfectos, uno negro, otro azul. Yo soy el centro.
Para ver las estrellas, pues no hay montañas, basta levantar un poco la cabeza.
Cuanto más cercano el cielo, más rojas las estrellas. Llanura en calma.
Con un golpe de vista abarco miles de espacios;
giro sobre mí mismo, y en otro vistazo cierro el círculo.
Es inútil fijarse en las estrellas una a una;
el destello de todas ellas dice lo mismo: «¡Seguimos aquí!»
Hay otros mil mundos mas allá de estos espacios:
vaya a donde vaya, ¿quién puede hallar un linde?
Ni tampoco un ombligo. ¿Dónde está el borde del arcón de Dios?

Me pierdo fácilmente. ¿Para qué prolongar esta meditación?
No puedo percibir el eterno silbido de mis oídos,
y, sin embargo, el silencio de las estrellas y el sueño de los fatigados,
aunque el pecho respire pausadamente
o el corazón lata agitado, siempre lo deja oír.
Calla la mente, habla el corazón; ¿pero quién entiende
lo que dice? El sí, pues suya es la palabra sin eco.
Al fin, la llama del corazón me hace arder de pies a cabeza:
soy todo corazón; la palabra me habita, una hora, dos horas.
¡Que esta tan callada palabra se haga habla, se haga grito,
simple suspiro...! para que esta llama deje siquiera un destello.

Luego... respiro profundamente, tres alientos en uno:
el fatigado cuerpo quiere su premio, nos invita a la cama.
Me acuesto en silencio, sin despertar a los que duermen en pleno sueño,
pies, cintura y brazos a media sábana, por temor del calor.
Guardo mi mente en el regazo, pronto estaré sordo, ciego;
pero antes de dormirme, acostumbro encender en mí fuego de nueva llama.
¿Para qué necesito volver sobre sueños de estrellas y espacios?
En mi corazón, en sitio tan reducido, estás Tú entero.
Despierto, soñando, dormido, de día, de noche, mi cielo eres Tú.


Traducción: Gaztelu / Koldo Izagirre
Versión original: PAMPETAN IZAR
(Poesía vasca)

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