Había una vez un rinconcito en la tierra donde sólo había higueras de higos chumbos, piedras y alacranes. Un lugar no muy atractivo para vivir al que llegó una familia, un matrimonio con sus hijos e hijas, y se instaló en una pequeña casa. Las paredes eran de tierra, en el techo había unas vigas de madera llenas de carcoma y el tejado con tejas viejas, muchas rotas, por las que entraba el agua en los lluviosos días de invierno.
Tenían unas gallinitas que les proporcionaban huevos y carne, y un cerdo, al que alimentaban con las bellotas que recogían de las encinas del campo.
Cuando el cerdo estaba lo bastante gordo era sacrificado para hacer la ansiada matanza: chorizos, morcillas, tocinos, jamones, asaduras, todo era aprovechado y se guardaba en sal para irlo consumiendo a lo largo del año.
Cuando el cerdo estaba lo bastante gordo era sacrificado para hacer la ansiada matanza: chorizos, morcillas, tocinos, jamones, asaduras, todo era aprovechado y se guardaba en sal para irlo consumiendo a lo largo del año.
Había poco trabajo en aquel lugar y los hijos varones de este matrimonio pronto emigraron a otros pueblos donde poder ganar dinero y labrarse un futuro. El padre y la madre los vieron partir, con el hatillo de ropa, y se quedaron con el corazón roto por el dolor ya que desconocían tanto el lugar que acogería a sus hijos, como en qué trabajarían, dónde se alojarían, etc.
Las hijas se quedaron con sus padres y también trabajaban en el campo para poder hacerse sus ajuares ya que sabían que su destino sería casarse y tener, a su vez, hijos.
Ese trabajo de sol a sol, pasando en los cortijos meses según las épocas: cogiendo aceituna, segando trigo, recogiendo algodón, etc. Con sueldos muy humildes pero que les hacían soñar con una vida mejor. A pesar de todo los muchachos y las muchachas aprovechaban las noches y los días de fiesta para cantar y bailar y divertirse todo lo que podían.
Ese trabajo de sol a sol, pasando en los cortijos meses según las épocas: cogiendo aceituna, segando trigo, recogiendo algodón, etc. Con sueldos muy humildes pero que les hacían soñar con una vida mejor. A pesar de todo los muchachos y las muchachas aprovechaban las noches y los días de fiesta para cantar y bailar y divertirse todo lo que podían.
El modo en que vivía esta familia hoy nos puede parecer inconcebible ya que no tenían luz eléctrica, se alumbraban con un candil de aceite y más tarde con un carburo. Tampoco tenían agua potable, así que debían ir a los pozos y traer el agua en cántaros o en cubos a la casa.
Pasados unos años se atrevieron a hacer un pozo delante de su casita, pero como tenían que utilizar las herramientas que poseían: palas, picos, cubos y sus manos, pues lo ahondaron muy poco, ya que además uno de los hombres se metía en el pozo atándose una cuerda a la cintura, y otro se quedaba fuera para tirar y sacarlo. El que estaba dentro cavaba la tierra, llenaba el cubo con ella y el que estaba fuera lo sacaba tirando de la cuerda. Cuando llevaban un metro, más o menos, ahondado, encañaban el pozo, poniéndole ladrillos por toda la circunferencia. Al llegar a unos metros con una profundidad que consideraban suficiente (ocho o diez metros) si el pozo no manaba agua, lo dejaban para que se llenara al menos en invierno con el agua de las lluvias.
La casa constaba sólo de una habitación-dormitorio con una cama de matrimonio y otra individual donde se acostaban todos los miembros de la familia, un portal y una cocina en el patio o corral. Los muebles eran escasos. Además de las camas tenían una cómoda donde guardaban tanto la ropa de vestir como las sábanas y toallas, una mesa, varias sillas y en la cocina otra mesa con un cajón donde se guardaban los cubiertos y los restos de comidas como chorizos, morcillas, queso, etc.
No había cuarto de baño, así que tenían que hacer sus necesidades fuera de la casa, entre las chumberas. Tampoco había contenedores de basura por lo que los desperdicios que no se les echaban al cerdo o a las gallinas, se depositaban en el estercolero donde se descomponían convirtiéndose en mantillo para el huerto. Detrás de todas las casas había un estercolero donde se podían encontrar muchas cosas que los niños utilizaban para jugar. Por supuesto no había botellas de plástico, ni tetrabricks, ni bolsas de plástico, ni latas de conservas, ni…
Todos los días hacían el mismo menú: el cocido (garbanzos con tocino, sin carne), del que se sacaba caldo para dárselo a los niños migado con pan (las sopitas de la olla). Por la noche se comían patatas fritas con huevos y para merendar o desayunar un trozo de pan con aceite y azúcar. También en verano se comían naranjas picadas con aceite y azúcar y buenas macetas de gazpacho migado con pan, o salmorejo que también se comía mojando sopas de pan. Sólo cuando algún miembro de la familia enfermaba, principalmente los niños, se compraba un poquito de jamón o una tableta de chocolate.
Esta familia no tenía radio ni televisión y cuando anochecía se iban a la cama para poder madrugar al día siguiente. Sólo en las noches de verano se acostaban más tarde ya que hacían una cama en la calle con paja y se contaban cuentos e historias mientras miraban el cielo lleno de estrellas.
Esta familia era muy humilde y sólo poseían el trocito de tierra que rodeaba la casa. Cuando una de las hijas se casó los padres le dejaron construir unas habitaciones al lado de su casita y así la familia seguía unida.
Fueron pasando los años y el aspecto de la casa y del terreno fue cambiando. Arreglaron los tejados, subieron los techos, enlosaron los suelos, enlucieron las paredes de tierra, que siempre tenía exceso de humedad, llenaron los patios con macetas de flores y en el exterior sembraron plantas y árboles frutales (un ejemplar ya que había poca tierra): un naranjo, un limonero, un peral, algunos olivos, las higueras, la parra, el albarillo, el ciruelo, el granado, …
La variedad de flores fue aumentando tanto que después de unos años había toda clase de plantas ornamentales. Aquel rinconcito se había convertido en un jardín botánico.
Llegó la luz eléctrica al lugar y con ella la radio y la televisión. También instalaron el agua potable e hicieron los cuartos de baño.
Todo mejoró. Ya no había que meter la sandía en el pozo para que se enfriara en verano antes de ser comida, pues también se compraron un frigorífico.
Ya no había que calentar las planchas de hierro en la candela para planchar la ropa, pues se compraron la plancha eléctrica.
Ya no había que hacer el salmorejo a mano en la maceta pues también se compraron la batidora.
Tampoco tenían que ir ya a lavar la ropa al arroyo, ni acarrear el agua con los cántaros en la cintura, ni restregar con el jabón sobre la restregadera en el barreño de cinc, pues pudieron comprarse la lavadora, no la automática, pues había que echarle el agua con un cubo, pero era de una comodidad increíble (la automática llegó más tarde)
La cómoda donde guardaban la ropa de toda la familia fue cambiada por varios armarios roperos para guardar el amplio vestuario. Antes tenían la misma ropa para el invierno y para el verano, después tenían más cantidad de ropa de la que hubieran podido imaginar.
Y llegó el teléfono. Este adelanto asombró a los abuelos, pues ya podían oír la voz de los hijos que vivían lejos, muy lejos.
El paso de los años hizo que tuviesen mejor calidad de vida, sin duda. Alimentos, ropa, medicinas, luz, agua, un sueldo básico bien administrado, hacía que todos se sintiesen felices.
Un día, al lado de la bicicleta y delante de la casa, aparcó un seiscientos, ¡era el primer coche de la familia!. Más tarde pudieron comprar otros coches.
Padres, hijos, nietos, biznietos, se fueron haciendo en aquel humilde lugar, se formaron culturalmente y, sobre todo, familiarmente, pues se transmitieron de unos a otros el amor y el respeto por todos y cada uno de los miembros de la familia y por la naturaleza, ya que todos disfrutaban regando las plantas y los árboles, observando cómo crecían, cómo echaban flores y frutos.
Los abuelos se marcharon y los hijos, que ya eran padres, también envejecieron pero nunca olvidaron sus orígenes, ya que la pobreza los acompañó durante mucho tiempo.
Y pasaron más años.
Los adelantos en la sociedad eran imparables: televisores en color sustituyeron a los de blanco y negro, los vídeos, los radios cassettes primero y los DVDs, después, se colocaron en el lugar de los antiguos tocadiscos. Los teléfonos se hicieron cada vez más pequeños y ya no necesitaban cables, ¡habían nacido los móviles!
Los hijos ya eran abuelos y participaban de esta carrera de adelantos casi sin darle tiempo para asimilarlos. Ellos se habían alimentado con habas secas, habían triturado el trigo y el maíz para hacerse el pan, habían recogido la aceituna a mano, cargándola sobre sus hombros, para llevarla al molino y que le dieran aceite. Habían conservado en sal los jamones de sus cerdos, para que se curaran (algunas veces se echaban a perder y tenían que tirarlos) y poder comerlos después. Y ahora se tiraba tanta comida, se compraba sin medida en los grandes supermercados donde las latas, botellas, paquetes se amontonaban formando pilas y pilas de alimentos como para alimentar a pueblos enteros.
No llegaban a entender por qué había que tener tanta ropa, de invierno, de verano, de entretiempo, de bodas, de diario, de piscina, de playa, de montaña…y cada día los más jóvenes se ponían delante del ropero y decían: “¿Y mañana qué me pongo? No tengo nada.”
Tampoco entendían por qué para celebrar la Nochebuena había que comprar kilos de comida, que luego se tiraba a la basura: langostinos, chuletones, solomillos, besugos, dulces, turrones, vinos, cervezas, champán, frutos secos, bombones… Y los más jóvenes se sentaban a la mesa y lo único que comían era la ensalada porque no querían engordar. ¡Cuando ellos eran jóvenes todos querían estar gordos y no podían!
Los abuelos de ahora, a pesar de ir con los nuevos tiempos, transmitían a sus hijos y a sus nietos el respeto por la naturaleza y su cuidado. Les enseñaban a sembrar, podar, hacer injertos en árboles, etc. También les enseñaban a reciclar, a ahorrar, a no despilfarrar, ya que para ser felices no hay que poseer y tirar muchos bienes materiales sino disfrutar de lo que se pueda tener.
Pero un día ocurrió algo que cambiaría la vida de esta familia. Sin verla venir llegó a este rincón, que era un jardín verde y florido donde los pájaros cantaban alegres y hasta las abejas se instalaban para hacer sus colmenas, la “civilización moderna”.
La generación más joven decidió que aquel lugar no era práctico, daba mucho trabajo cuidar árboles y plantas, recoger hojas secas en el otoño, y ensuciarse las suelas de los zapatos con el barro en invierno, así que trajeron unas máquinas y un plis plas arrasaron todo, hicieron desaparecer los muros de tierra llenos de historia, arrancaron higueras, almendros, granados, limoneros, olivos, moreras, rosales, yedras y demás plantas.
Con todo orgullo se atrevieron a sustituir, ante los ojos asombrados del ahora abuelo de la familia, árboles por hierros, tierra por cemento, flores por … ¡por nada!
Con todo orgullo se atrevieron a sustituir, ante los ojos asombrados del ahora abuelo de la familia, árboles por hierros, tierra por cemento, flores por … ¡por nada!
Los pájaros dejaron de venir a este lugar, las abejas llenaron sus patas de miel y se marcharon, los perros pasaban de largo, las ratas buscaron otros estercoleros.
El abuelo, sentado en su sillón, cerraba los ojos y recordaba como en una película todo lo que le había tocado vivir (era lo que no le podían quitar: sus recuerdos), mientras ellos, los más jóvenes, subían la cerca de hormigón para no ver a los vecinos y no tener que compartir con ellos ni un saludo por las mañanas, y cerraban la cancela con un cerrojo y un candado para que no entraran los ladrones.
Y el abuelo se preguntaba, “¿Qué pasará cuando estos jóvenes sean abuelos? ¿Cómo estará este rinconcito? Menos mal que yo no lo veré.
Voy a regar mis geráneos…”
5-5-08
5-5-08
18 comentarios:
Hola Conchi: muchas gracias por tu visita... hoy vengo supercansada del trabajo y mañana tengo que madrugar, pero en cuanto pueda me leo este relato... ¡seguro que me encanta! Besos: Alicia de Sinkuenta
Gracias a ti, Alicia, porque, aún estando cansada, pasaste por aquí. Tómate tu tiempo. Sé que es un poco largo el relato, pero salió así y no lo retoqué.
Un abrazo.
Conchi
querida conchi, me has hecho avanzar en el tiempo sin apenas darme cuenta y encontrarme con lo que ahora tenemos delante... a veces nos cuesta soltarnos de lo conocido y dejarnos llevar por los nuevos tiempos... creo que superando nuesta nostalgia encontraremos un huequecito cómodo y agradable donde contemplar lo que la vida nos vaya poniendo delante. Muchas gracias por tu relato. Lo he disfrutado! Hasta pronto!
Es un relato precioso; un pasado que aún es presente en muchos lugares. Una historia que aunque parece vieja es de ayer: El cantaro, la matanza, la sandía en el pozo... Esto es parte de la Memoria Historica y no se debería enterrar tan pronto. De verdad Conchi, es algo muy tierno que ha sacudido el interior.
Un abrazo Antonia
Gracias, amigas, por venir y tomaros el tiempo para leer el relato, pues reconozco que salió largo.
Es cierto lo que dice Alicia, que la nostalgia a veces nos impide disfrutar del presente. Pero también tiene razón Antonia en que la memoria histórica no de debería enterrar tan pronto. Lo que yo cuento pasó aquí, en nuestra Andalucía, no hace tantos años, y aún está ocurriendo en muchos pueblos.
Quizás yo esté nostálgica, pero también disfruto de los avances, la prueba está en que me he metido en este mundo de internet y los blogs, como una jovencita, jaja.
Un abrazo, amigas. Y graciassss.
Conchi
Conchi, un hermoso paseo por la historia... perdimos algunas cosas y ganamos otras. El avance tecnológico nos arrebató dormir al raso o el olor de la dama de noche... pero nos regaló muchos años más para disfrutar esta maravillosa vida. Menos enfermedades... a cambio... Flores en una jardinera...
Creo que de todas formas, los inteligentes empiezan a recuperar aquello de esa época que era entrañable... la familia, el diálogo... compartir....
He disfrutado leyéndote, linda
Gracias.
Natacha.
Natacha, gracias a ti por venir, por dedicar un tiempo que sé es muy valioso. Es cierto lo que dices, hemos ganado muchas cosas pero también hemos perdido la tranquilidad, la siesta, el tiempo para contemplar una puesta de sol o un amanecer, la capacidad de sorprendernos ante algo nuevo,el disfrutar de una comida... Nos acostumbraremos a esta forma de vivir, con prisa siempre, trabajando sin parar para pagar hipotecas, pisos, coches y todos los electrodomésticos, ordenadores, etc, que tan necesarios e imprescimdibles para ser felices nos son...
Pero yo no quiero olvidar lo que hemos vivido, lo que vivieron nuestros padres o nuestros abuelos, porque pasaron calamidades, trabajaron duro y quizás, gracias a ellos, hoy tengamos lo que tenemos, ¿no crees?
Un abrazo, guapa.
Conchi
hola conchi, mis felicitaciones por saber tratar este tema tan delicado y removedor de conciencias con tanta naturalidad, la que tu tienes guapa
Si fueramos capaces de compaginar, la sencillez, la naturalidad, el conformismo, el respeto (que no el miedo), la nobleza, etc de antaño con los tiempos que corren seria fantastico
Pero el capitalismo salvaje imperante y la ambicion y superficialidad que genera me temo que lo hace incompatible y su consiguiente e implicita perdida de valores
Que simple, y bonito lo has hecho y dicho
claro que no esperaba menos de ti
habra que seguir inventando el futuro, viviendo el presente (ya sabes cuando nos da la gana cerramos ojos y cuando queremos los abrimos)y con nuestros recuerdos del pasado
Felicidades. !eres muy valiente! pero que sepas que a las brujas aunque sean buenas se las queman en la hoguera, lo que no saben que estas ultimas no arden y son eternas. UN BESO CUENTACUENTOS
Hiciste una maravillosa composición del tiempo en transcurso a través de la vida.
Las cosas cambian, cambian las costumbres, cambian los sentidos y hasta cambian los principios.
Quién sabrá mañana qué harán los bisnietos de ese abuelo con ese predio, donde ya no pululan los pájaros ni las abejas.
Felicitaciones.
Me gustó mucho y me dejó mucha nostalgia.
Un beso Conralita.
Gracias, Javier y Eduardo, por tomaros el tiempo de leer el cuento. No debemos temer al futuro sino a lo que hagamos en estos momentos. Mirar al pasado y recordar lo que hicieron nuestros progenitores no es negativo. Los jóvenes deben conocer todo lo que se vivió y se pasó antaño.
Un abrazo de corazón.
Ehhhhhhh, que yo no quiero que me quemen!
Conchi
Un feliz presente hace que en el futuro tengamos un maravilloso pasado.
Yo espero que las generaciones venideras se den cuenta de que los avances tecnológicos están muy bien, pero también está genial la charla con los padres y abuelos, las artes, el compañerismo y sobre todo el respeto por la naturaleza que nos ha sido dejada en préstamo a todos los que vamos pasando por este planeta, llamado Tierra.
Como siempre, felicitarte Conchi por cómo nos has ido transportando a través de la lectura de tu relato. Gracias por compartir con todos nosotros tus sensaciones y sentimientos.
Besotes.
Gracias a ti, Meli, por dedicar un rato de tu tiempo a leer este cuento, que como dices está lleno de sensaciones y sentimientos. Debemos adaptarnos a los avances, por supuesto, igual que lo hicieron otros antes. No olvidemos lo que supuso tener la luz eléctrica en las casas, con una pequeña bombilla, o tener el agua corriente, el teléfono, la fregona, la lavadora... En fin, que no podemos olvidarnos todavía de cómo se vivía en España hace unos años.
Un abrazo, amiga. Y gracias, de nuevo.
Conchi
El que recordemos el pasado no quiere decir que no valoremos el presente.
Tan real como nostálgico tu relato.
Un abrazo
Gracias, Kety, por venir y por leer mi relato, pues sé que no tendrá mucho valor literario pero fue algo que salió en un momento, que no quise reprimir y que, además, me animé a compartirlo con las personas que quisieran o tuvieran tiempo de leerlo.
Un abrazo.
Conchi
Si me permites, comento esta entrada que me ha gustado mucho.
El pasado es el presente almacenado, y el futuro incierto se aproxima constantemente para seguir la misma suerte; por lo tanto, el pasado es nuestro patrimonio, aunque debemos mirarlo como riqueza y no solo como añoranza.
Estupenda aportación.
Saludos cordiales
Gracias, José Teodoro, por tu aportación al este tema que me preocupa y quizás por eso escribí el relato. Estoy de acuerdo contigo en que debemos mirar nuestra historia como riqueza y no solo como añoranza. Las añoranzas posiblemente vengan porque echamos de menos a muchas personas queridas que ya no están. Pero para eso está la memoria, para no olvidarlas.
Un abrazo y gracias por venir.
Conchi
Gracias por contestar a mi comentario. Espero que ya puedas entrar en mi cuenta. Tengo ganas de ver tus comentarios a mis poemas.
La añoranza puede ser muy positiva cuando rememoramos con cariño a personas queridas que ya se marcharon o se encuentran auesentes (lejos), o a otras que representaron algo importante en nuestras vidas y con las que ya no tenemos contacto.
En cambio si esa añoranza se convierte en una "morriña" obsesiva, puede perjudicarnos.
Un abrazo, compañera.
Conral, te invito a mi blogger. Intenta entrar ahora www.joseteodoroperezgomez.blogspot.com.
Saludos cordiales
Publicar un comentario