Era la noche. Cuando cabalgan las sombras de los árboles deambulando y escoltan indiferentes al camino que nunca sabe de dónde viene. Cuando el astro sin luz, redondo y altivo, se convierte en el espejo más brillante y manda sobre las copas de la arboleda sus tenues y a la vez persistentes rayos, única compañía alumbradora. Era ese momento en que las horas, ya sin brisa, se detienen . Y el tic-tac de los relojes suena armónico, sin prisas...acariciando el rostro frío del caminante.
Y...entre las sombras, el caminante. Con pasos cansados, pero seguros. Soportando el peso de su historia, el paso de sus años. Él, como el camino, sí sabe de dónde viene y, como el camino, no sabe dónde terminará su peregrinación. Sólo le acompaña la fuerza de que tiene que seguir, sin parar, hacia adelante...
A veces, eso sí, se detiene y descansa apoyando su cuerpo sobre una piedra que, generosa, ofrece su asiento sin pedir nada a cambio. Y mira a su alrededor contemplativo. Observa, mira, imagina ...
Han sido muchas las sombras que han caminado a su lado. Muchas también las luces que acariciaron su cuerpo a lo largo de su existencia. También hubo piedras que no siempre sirvieron para el merecido reposo, sino entorpecedoras, traidoras, amenazantes ...que interrumpían o daban un rumbo nuevo no deseado. Pero ahora ya es consciente de la utilidad de esos escollos. Nunca, (piensa mientras camina) cuando se tropieza con una piedra, se cae hacia atrás, siempre la caída, incluso a trompicones, es hacia delante. Eso le reconforta.
Y recuerda. Siempre, los recuerdos.
Recuerdos.
Recuerdos que se reflejan en las gotas de rocío que, como espejos, van jalonando una a una las piedras del viejo camino polvoriento. Recuerdos vivos. Recuerdos muertos. Trozos de un alma descompuesta y mil veces vuelta a componer. Así lo ve el caminante que sigue su destino. Desfachece, hay paradas largas y tropiezos cortos, pero no abandona, sigue caminando, porque junto a esos reflejos, también hay gotas que guardan sus deseos. Deseos y recuerdos. Y no elige, se queda con ambos.
Quien sí le da a elegir en ocasiones es el camino que se le abre como encrucijada. Recapacita, moja sus dedos ya con huellas del paso del tiempo, en alguna gota de rocío llena de recuerdos y también los refresca con una nueva gota de deseo. Y de esa mezcla surge un paso decidido hacia adelante.
Por entre las ramas de los árboles también ya cansados penetran hasta su rostro los rayos de luz del atardecer que lo iluminan y aún le permiten seguir.
Seguir. Ese es su deseo: seguir. Pese a que el atardecer ya vestido de oscuro abraza y se extiende alargando su tentáculos negros tapando las sombras. A pesar del cansancio oculto a veces tras la historia y que las arrugas de la noche surcan el rostro del camino y del caminante, el caminante quiere seguir. Sabe que al final del camino no hay una meta, que, en todo caso, la meta es el camino y tarde o temprano la alcanzará. O quizás sea ella quien lo encuentre.
Y en sus ratos de paz, mira para su pequeña alforja, ahora ya no sólo repleta de recuerdos que ha ido, como un pequeño coleccionista, guardando a lo largo de su vida. Hay también ungüentos que le han servido para cicatrizar heridas. Papeles bien doblados donde en otros tiempos escribía palabras sonoras o silencios escritos sólo para él. Y piedrecillas que son, unas hermosas, otras, que no sabe bien para qué ha ido guardando, pero también están ahí. Nada de lo que hay le pesa...Pero sigue, tal vez aburrido, quizá curioso de sí mismo, hurgando en su mochila y ...aún están ahí, unas viejas y sin embargo, vivas y llenas de olor. Son semillas. Semillas de rosas...Semillas de azucenas...Semillas de mil flores diferentes.
En ese momento, cuando la oscuridad lo llena todo, cuando no entra ya ningún rayo de luz por entre las rendijas de las ramas...entonces es cuando se ilumina su rostro. Ya sabe que su camino tiene un motivo. Que su marcha por ese sendero puede aún ser útil. Y no se encuentra solo. El viento sopla sin daño pero insistente, la tierra parece susurrarle, unas gotas de lluvia caen suaves en su rostro. Sus tres aliados. Y él, enérgico y cariñoso a la vez, esparce las semillas a ambos lados del camino y van cayendo, unas entre la hierba, otras entre las rocas, otras, en el mismo camino. Él no las verá crecer. Pero también sabe que detrás, como otros fueron antes, vendrán más personas, habrá más que disfrutarán de los colores, de los aromas y seguirán caminando. Ahora, una leve sonrisa dibujada en sus labios ilumina sus pasos. El caminante sigue, recuerdos, silencios, versos, vida..., hacia adelante.
Y...entre las sombras, el caminante. Con pasos cansados, pero seguros. Soportando el peso de su historia, el paso de sus años. Él, como el camino, sí sabe de dónde viene y, como el camino, no sabe dónde terminará su peregrinación. Sólo le acompaña la fuerza de que tiene que seguir, sin parar, hacia adelante...
A veces, eso sí, se detiene y descansa apoyando su cuerpo sobre una piedra que, generosa, ofrece su asiento sin pedir nada a cambio. Y mira a su alrededor contemplativo. Observa, mira, imagina ...
Han sido muchas las sombras que han caminado a su lado. Muchas también las luces que acariciaron su cuerpo a lo largo de su existencia. También hubo piedras que no siempre sirvieron para el merecido reposo, sino entorpecedoras, traidoras, amenazantes ...que interrumpían o daban un rumbo nuevo no deseado. Pero ahora ya es consciente de la utilidad de esos escollos. Nunca, (piensa mientras camina) cuando se tropieza con una piedra, se cae hacia atrás, siempre la caída, incluso a trompicones, es hacia delante. Eso le reconforta.
Y recuerda. Siempre, los recuerdos.
Recuerdos.
Recuerdos que se reflejan en las gotas de rocío que, como espejos, van jalonando una a una las piedras del viejo camino polvoriento. Recuerdos vivos. Recuerdos muertos. Trozos de un alma descompuesta y mil veces vuelta a componer. Así lo ve el caminante que sigue su destino. Desfachece, hay paradas largas y tropiezos cortos, pero no abandona, sigue caminando, porque junto a esos reflejos, también hay gotas que guardan sus deseos. Deseos y recuerdos. Y no elige, se queda con ambos.
Quien sí le da a elegir en ocasiones es el camino que se le abre como encrucijada. Recapacita, moja sus dedos ya con huellas del paso del tiempo, en alguna gota de rocío llena de recuerdos y también los refresca con una nueva gota de deseo. Y de esa mezcla surge un paso decidido hacia adelante.
Por entre las ramas de los árboles también ya cansados penetran hasta su rostro los rayos de luz del atardecer que lo iluminan y aún le permiten seguir.
Seguir. Ese es su deseo: seguir. Pese a que el atardecer ya vestido de oscuro abraza y se extiende alargando su tentáculos negros tapando las sombras. A pesar del cansancio oculto a veces tras la historia y que las arrugas de la noche surcan el rostro del camino y del caminante, el caminante quiere seguir. Sabe que al final del camino no hay una meta, que, en todo caso, la meta es el camino y tarde o temprano la alcanzará. O quizás sea ella quien lo encuentre.
Y en sus ratos de paz, mira para su pequeña alforja, ahora ya no sólo repleta de recuerdos que ha ido, como un pequeño coleccionista, guardando a lo largo de su vida. Hay también ungüentos que le han servido para cicatrizar heridas. Papeles bien doblados donde en otros tiempos escribía palabras sonoras o silencios escritos sólo para él. Y piedrecillas que son, unas hermosas, otras, que no sabe bien para qué ha ido guardando, pero también están ahí. Nada de lo que hay le pesa...Pero sigue, tal vez aburrido, quizá curioso de sí mismo, hurgando en su mochila y ...aún están ahí, unas viejas y sin embargo, vivas y llenas de olor. Son semillas. Semillas de rosas...Semillas de azucenas...Semillas de mil flores diferentes.
En ese momento, cuando la oscuridad lo llena todo, cuando no entra ya ningún rayo de luz por entre las rendijas de las ramas...entonces es cuando se ilumina su rostro. Ya sabe que su camino tiene un motivo. Que su marcha por ese sendero puede aún ser útil. Y no se encuentra solo. El viento sopla sin daño pero insistente, la tierra parece susurrarle, unas gotas de lluvia caen suaves en su rostro. Sus tres aliados. Y él, enérgico y cariñoso a la vez, esparce las semillas a ambos lados del camino y van cayendo, unas entre la hierba, otras entre las rocas, otras, en el mismo camino. Él no las verá crecer. Pero también sabe que detrás, como otros fueron antes, vendrán más personas, habrá más que disfrutarán de los colores, de los aromas y seguirán caminando. Ahora, una leve sonrisa dibujada en sus labios ilumina sus pasos. El caminante sigue, recuerdos, silencios, versos, vida..., hacia adelante.
pi-aio
3 comentarios:
Sigue sembrando, amigo, sigue. Precioso relato.
Muy buen relato, y siempre seguir, hacia adelante, es lo mejor.
Un abrazo
Qué buen relato, amigo. Lo he leído varias veces y siento la ternura con la que está escrito. Ojalá todos seamos como ese caminante, que aún cansado, aún sabiendo que no verá crecer las semillas, sigue adelante caminando y esparciendo semillas de vida.
Un abrazo.
Publicar un comentario